Un holgado trueno baja los peldaños del cielo y se posa en un banco, admira el frío, ya que no lo conocía. A su alrededor el tiempo baila tango con el hombre, ese hombre tan chinche, cigarra. La pasión se esconde en una calle adoquinada con una dama violeta, que tiembla como una inexperta en el arte del guirnaldeo tanquilonar. Portulamistosiones encuadernadas alteran los pelos de la señorina, y la dejan partecinamente feromonada en una tarde tan fría, que el trueno se pone de bufanda a un pobre diablo que se anclaba por ahí. Y el diablo se muere, resignado, y abandona esta tierra donde todo es material, y la gente no usa la cabeza que no tiene, y las damas son fáciles porque hay una sola dama. Y gozo, gracia, gremios.
